-
Me resulta ridículo
escribirte una carta, porque tienes garabatos míos hasta en tus libros de
instituto. Marcas de mis golpes en el recuerdo, amor de mis manos deslizándose
en tu cara, todos mis susurros detrás de tus oídos... Pero a veces tengo miedo.
Yo que cruzó sin mirar, bebo sin control y vivo sin sentido. Tengo miedo, coge
lo que quieras. De no poder decirte suficiente cuando te miro, de no saber
expresarme cuando te toco, de que te asuste más de lo que me asusta a mi
sentir. De que no sientas lo mismo...
Te miro y tú me
estás mirando. No en este momento, pero si en tu cabeza, en nuestro pasado. Me
estás viendo bailar en una playa de Calpe, lo sé por como sonríes mientras te
miras las manos. Y yo no lo entiendo.
Ahora dejo de
mirarte y eres tú el que deposita sus ojos en mis hombros. Me pierdo mirando al
suelo. Tengo las manos sobre las rodillas. Soy un desastre. Soy estúpida. Soy
como esa mujer mayor que mira una foto con nostalgia y lágrimas en los ojos,
como el perro que lame la herida que el mismo provocó.
Estoy a punto de
perderte, estoy al borde de perderme. Nos estoy dejando morir como quien
empieza un libro que sabe que no acabará.
Dejo la mente en
blanco y consigo apartar la vista del suelo. Tu adviertes mi reacción y rozas
con las yemas de los dedos mi cara. Sonríes como un imbécil y sé que por dentro
estamos llorando.
Vuelvo a mirar al
suelo. Ahora yo también te veo en la playa. Te veo mientras bailo, tú me estás
mirando; follándome con la mirada mientras te ríes.
-
Verás, yo no sé qué
va a pasar, pero te sopló aquí en este código que yo manejo y tú comprendes
como nadie, que los kilómetros que nos separen siempre equivaldrán a nuestras
ganas de dejarnos sin aire. Que aquí mientras la gente siga con su vida,
alguien no olvidará la punta de tus dedos. Que toda la que ha saltado en mi
cama cerraba la puerta diciéndome que te echo de menos. Que el día que nos
conocimos cada vez acumula más polvo y yo solo vuelvo al principio para insinuarte
que... yo también tengo miento, no eres la única. Miedo de que algún día
te canses de llevarme a casa en brazos cuando bebo más de la cuenta, de besarme
las comisuras, de subir a los bordillos, de idas, de venidas, de mi... pero,
deberías confiar en mí porque mientras al resto le escribo un hazlo a ti te
ruego que ni se te ocurra.