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domingo, 12 de abril de 2015

Falling slowly.

En los últimos vagones sentada entre toda esa gente desconocida estaba ella. Radiante. Con su vestido marrón y aquel broche en el pelo. Perfecta. 
Cada mañana que amanecía gris llevaba unas botas negras que me hacían reír y, sé que nunca os he hablado de ella, pero, creo que podría haber sido el amor de mi vida. Aunque eso, nunca lo sabré. 
Siempre tuve la tentación de sentarme unas butacas más a la izquierda para acercarme a oler su perfume durante el viaje, pero nunca reuní el valor necesario para hacerlo. Me conformaba con observar sus labios desde la distancia. Y esperar a que levantase la mirada para que me viese ahí sonrojado por la sensación que me producía pensar en poder hacerla mía. 
A veces me miraba tímida, ella era así, quizá por error pero, me miraba fijamente unos segundos ¿sabéis esa sensación?creo que son los ojos más bonitos que he visto brillar. 
Hoy, escribo desde la butaca que esta más a la izquierda, a su lado, pero sin ella. 
Hace semanas que no la veo. Meses. Y, a pesar de saber que este día llegaría, es mucho más aterrador de lo que pensé. 
Nunca sabré tampoco si le gustó la historia de aquel libro largísimo que leyó una y otra vez mientras esperaba a aquella otra señorita. Mientras escuchaba sus risas y lágrimas. 
No estoy muy seguro de cuanto tiempo ha pasado en realidad pero, yo llevo el pañuelo blanco que olvido en esta butaca el último día que la vi. 
Esperando sentado a que vuelva, decidido a decirle hola por primera vez, pedirle el teléfono e incluso invitarla a tomar un café después del trabajo. 
Estoy seguro de que se me pasarían las horas hablando de su sonrisa y con el tiempo le confesaría que me enamoré de ella la primera mañana gris que la vi cruzar la puerta del último vagón de aquella estación de metro.



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