Abracé mi cuerpo con la chaqueta de lana vieja y respiré tan hondo que todavía puedo sentir las cenizas de aquel aire en mis pulmones. El frío parecía haberse escondido detrás de los árboles, pero aquel aire hacia que se me pusiesen los pelos de gallina.
En la radio dijeron que volvería a llover aquella noche. Pero la lluvia nunca volvió. Tampoco él.
Llegó el verano acompañado de ese ambiente soleado que me levanta dolor de cabeza. Salí a la playa y moje mis pies en la orilla. La sal hervía en las heridas que nunca llegaron a desaparecer del todo. Las cicatrices siguen ahí. Aquí. Las acaricio y vienen a mi cabeza recuerdos que quizá he olvidado, y memorias que quise olvidar y todavía recuerdo.
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